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Relatos: La paradoja de Abilene


Durante una calurosa mañana de verano, en Coleman (Texas), una familia compuesta por un matrimonio y los suegros, está jugando al dominó tranquilamente junto al porche. Beben limonada y no hacen más que dejar pasar el tiempo de forma perezosa.
Su casa se encuentra a unos 53 kilómetros de Abilene. Entonces, al suegro se le ocurre algo:
–Podríamos hacer algo más interesante. Por ejemplo, ir hasta Abilene y comer en la cafetería del pueblo…
Todos le miran un tanto sorprendidos. El yerno, aunque piensa que es una locura, cree que debe quedar bien con su suegro:
–Claro, sí, ¿por qué no?
Entonces su mujer, por no llevar la contraria, añade:
–Buena idea, cariño…
Y por supuesto, la madre, al ver que todos quieren ir, decide no ser la nota discordante para no romper la armonía del grupo:
–¡Iremos!
Así que toda la familia se sube al coche, que no tiene aire acondicionado, y viajan hasta Abilene a pesar del agobiante calor. Recorren largos y polvorientos caminos y llegan acalorados al pueblo. Comen un menú mediocre en la cafetería y regresan a Coleman por los mismos largos y polvorientos caminos. Al llegar, todos se retiran extenuados y acalorados, sin decir nada, pensando en por qué han hecho ese ridículo viaje que no querían hacer.

¿Por qué nos dejamos llevar? Cuando formamos parte de un grupo, todos queremos agradar a los demás y evitar enfrentamientos. A veces, por no llevar la contraria y otras, por el ‘qué dirán si me manifiesto en contra’. Unos por otros, al final todos terminan arrastrándose y haciendo algo que ninguno quería hacer.

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