En ocasiones los ruidosos visitantes causaban un verdadero alboroto que acababa con el silencio del monasterio. Aquello molestaba bastante a los discípulos; no así al maestro, que parecía estar tan contento con el ruido como con el silencio. Un día, ante las protestas de los discípulos, les dijo:
—El silencio no es la ausencia de sonido, sino la ausencia de ego.
Nos hemos acostumbrado de acompañarnos continuamente con el ruido y las ilusiones. Damos mucho importancia a lo que creemos ser y podemos llegar a ser en el futuro, a lo que opinan los demás de nosotros, a los pensamientos en nuestra cabeza que en realidad no tienen nada que ver con nosotros. Llegamos a tal extremo que nos puede dar miedo el silencio… no queremos abrir esta puerta que nos puede llevar de vuelta a lo que realmente somos. También nos asusta la lentitud y “el no hacer nada” por el mismo motivo… ¿De quién huimos cuando siempre vamos de prisa?
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