¡Buenos días!
Cuenta una antigua leyenda que los Reyes Magos, después de llegar al establo, ofrecieron sus obsequios al niño que estaba en brazos de su madre. María aceptó los obsequios, pero el niño no sonrió, ni extendió sus manos. El humo del incienso le hizo venir tos y la mirra y el oro tampoco despertaron su interés. Poco después de que los magos regresaran a su hogar, apareció en el horizonte un cuarto mago.
Este cuarto mago, en cuanto descubrió el cometa, cogió tres perlas para obsequiar al niño y se puso en camino. Quería encontrarse con los otros magos e ir juntos donde la cometa los llevara, pero el primer día tuvo que parar en un hostal para pasar la noche. Cuando entró en el portal, vio a un anciano que, tumbado en el suelo, temblaba de fiebre. Nadie sabía quién era ni adónde iba. Su bolsa estaba vacía y no tenía dinero para pagar al médico y las medicinas. El dueño del hostal lo quería echar, pero el mago le dio una perla al hostelero para que le atendiera convenientemente.
Al día siguiente subió a su caballo y se puso en camino con la intención de encontrar a los otros magos que iban hacia Belén. El camino se convirtió en un valle lleno de rocas que se alzaban entre zarzas. De repente, oyó un grito que le puso la piel de gallina. Saltó del caballo y corrió hacia el lugar de donde venían los gritos. Allí encontró a una chica que luchaba por deshacerse de un grupo de hombres capitaneados por otro que iba muy bien vestido. Preguntó qué pasaba y le dijeron que el padre de la chica debía mucho dinero al líder de ese grupo y que como no tenía con qué pagarle, pensaban vender a la chica como esclava. Sin dudarlo, el mago les dio la segunda perla y la chica quedó libre.
El tercer día, el mago llegó a un pueblecito que los soldados de Herodes habían incendiado. Entró en el pueblo y vio que los soldados mataban a los niños menores de dos años. Cerca de una casa quemada, una madre intentaba que un soldado no le quitara a su bebé. Así que instintivamente, el mago dio la tercera perla al soldado para salvar al niño. Cuando llegó a Belén, los otros magos ya se habían ido. Fue al establo y se encontró a José arreglando la paja mientras Jesús estaba en la falda de María. Ella le acunaba cantándole una nana. El mago se adelantó hacia ellos y empezó a hablar:
‒Señor, perdona que llegue después de los otros magos. Yo quería acompañarlos y traer al niño mi obsequio: tres perlas preciosas tan grandes como huevos de paloma. Pero por el camino he encontrado a muchas personas necesitadas, por eso he llegado tarde y por eso ya no tengo las perlas.
El mago explicó todo lo que le había pasado por el camino y acabó diciendo:
‒Señor, llego tarde y con las manos vacías.
Entonces ese establo quedó inmerso en un profundo silencio. El mago, durante unos instantes, permaneció con la frente tocando el suelo hasta que, finalmente, se atrevió a levantar los ojos y vio que José y María le miraban con ternura y que Jesús extendía sus manitas hacia las manos vacías del mago. Entonces, Jesús y el mago sonrieron.
- ¿Qué pasaría si fueras tú ese cuarto mago? ¿Qué habrías pensado llevarle?
- Si te encontraras cara a cara con este niño, ¿crees que te sonreiría?
Estamos a punto de llegar al tercer domingo de Adviento, una tercera semana está a punto de empezar con un lema: ¡Alégrate! Y es que Jesús ya está muy cerca. Este mago vivió su propio Adviento sirviendo a quienes más lo necesitaban, dio todo lo que tenía e hizo frente a situaciones que muchos evitaríamos. Y tú, ¿qué estás haciendo durante este Adviento para que ese niño pueda mirarte a la cara y sonreír? Ánimo, alégrate, ¡aún estamos en camino!
Que tengas un buen día.
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