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ESPECIAL CUARESMA: Camino a Jerusalén

Foto de Philip Wels de Pexels

¡Buenos días!
A las puertas de la Semana Santa, hoy tenemos el último capítulo de este Especial Cuaresma. Pues este domingo es Domingo de Ramos, recordamos la entrada de Jesús a Jerusalén, ciudad donde le aguarda la muerte. Por ello el evangelio que se leerá es bastante largo, pues se lee el relato de la Pasión y muerte de Jesús. Así que hoy no vamos a leer el evangelio, solo me detendré en 3 de las frases que dirá Jesús en la cruz y que me parecen bastante curiosas.
Espera: antes de empezar, ponte en contexto. Jesús había sido traicionado por uno de sus discípulos más cercanos, alguien en quien confiaba; había sido negado por Pedro, a quien confiaría su obra, ¡el primer Papa!; había sido apresado, encarcelado, humillado, apalizado y condenado en un juicio injusto con la muerte en la cruz, muerte reservada a los peores malhechores de la época. Y es ahí, clavado en esa cruz, cuando Jesús mira a los soldados que lo han clavado allí mientras se están mofando de él y le dice a su Padre:

«Perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

¡Venga ya! Pero ¿en qué cabeza cabe que después de ser traicionado y negado; después de recibir golpes y burlas y justo en el momento de ser clavado en la cruz, la primera palabra que salga de los labios de Jesús sea de perdón? Pues sí, aunque parezca increíble, lo primero que suplica e implora es compasión para sus verdugos. Antes que pedir ayuda, o cobijo a su madre o discípulos, antes que acudir a Dios, perdona a quienes lo matan. Fíjate, lo que podemos contemplar en esta palabra es que Jesús, en el momento de mayor dolor físico, abandono afectivo y sufrimiento racional, sigue siendo coherente con su predicación de amar a tus enemigos y perdonar hasta el extremo con el propio ejemplo. En este contexto de perdón, llama la atención el hecho de que uno de los dos ladrones fuera consciente de la injusticia que se estaba cometiendo con Jesús. Y no solo eso. Sino que tenía la certeza de que en Él había algo más, algo que le hizo confiar como para reconocer y aceptar sus errores y para pedirle que se acordara de él una vez muertos, a lo que Jesús le respondió:

«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43).

Y así fue como ese ladrón, un absoluto desconocido, culpable de delitos graves y condenado a muerte por ello, se convirtió en la primera persona en entrar al cielo. Pero, más allá de la anécdota, ¿te das cuenta de que, en estas palabras, Jesús trae consigo un Reino de felicidad plena en el que nadie, por muy inmoral que haya sido, es olvidado para siempre?
Y entonces llega el desenlace final: el cielo se nubla, el mundo se ha quedado a oscuras; en el Templo, el velo, que debía ocultar lo más sagrado, se ha roto por la mitad. Y en ese clima tenebroso, Jesús pronuncia sus últimas palabras, dirigidas al Padre:

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

Con esta frase, Jesús termina su vida del mismo modo que la empezó, sabiendo que Dios jamás abandona a nadie y menos en momentos de sufrimiento, angustia y soledad. Jesús confía, en el último aliento de su vida, en ese Dios y Padre, se podría decir que se tira a los brazos de su padre como si de un niño se tratara. Jesús muere y le dan sepultura… ¿Y ahora qué? El mundo queda a oscuras, esperando que la luz vuelva a brillar, esperando la resurrección de Jesús, esperando ver que la muerte no tiene la última palabra y que la justicia de Dios está por encima de la nuestra.
  • ¿Te has sentido alguna vez como el ladrón en la cruz, con ganas de que alguien te mire sin juzgarte y confíe en ti a pesar de todo?
  • ¿En quién confías cuando todo se desmorona?
  • En los momentos de mayor dificultad o prueba, ¿has dirigido una palabra a Dios? ¿Cuál ha sido?

El reto de esta Semana Santa será descubrir que ese perdón, ese amor incondicional, esa confianza y fidelidad que Jesús tiene con Dios y con toda la humanidad también son para ti. El reto está en descubrir si este Jesús también fue a la cruz pensando en ti, queriéndote, amándote hasta el extremo y deseando que, en algún momento, le hables como lo hizo el ladrón antes de morir. ¿Y si Jesús quiere compartir su Reino también contigo? Como siempre, la respuesta la tienes tú. Te animo a descubrirla. 😉

Que tengas un buen día.

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