¡Buenos días!
Había una vez un pequeño ratón que vivía feliz en una granja, rodeado de otros animales. Era curioso y alegre, y disfrutaba observando el mundo desde su escondite en la pared de la casa del granjero.
Un día, mirando por su agujero como de costumbre, vio al granjero y a su esposa desenvolviendo un paquete misterioso. Pensó emocionado:
—¿Qué delicia habrán traído hoy?
Pero su emoción se convirtió en espanto cuando vio lo que había dentro: ¡una ratonera!
—¡Oh, no! ¡Esto es muy peligroso! —pensó el ratón, temblando.
Sin perder tiempo, salió al patio y corrió a advertir a todos los animales.
—¡Hay una ratonera en la casa! ¡Una ratonera en la casa!
La gallina, que estaba picoteando el suelo, levantó la cabeza y le dijo con indiferencia:
—Lo siento, señor Ratón, entiendo que es un problema grave para usted…, pero no tiene nada que ver conmigo.
Desanimado, el ratón fue a hablar con el cordero:
—¡Hay una ratonera en la casa! ¡Una ratonera en la casa!
El cordero le respondió con amabilidad, pero sin compromiso:
—Ay, ratoncito… lo único que puedo hacer es rezar por ti. ¡Mucha suerte!
Entonces, el ratón corrió hasta la vaca y le repitió la advertencia:
—¡Hay una ratonera en la casa!
Pero la vaca, con aire tranquilo, le contestó:
—¿Una ratonera? No me afecta. Yo no tengo por qué preocuparme.
Triste y preocupado, el ratón volvió a su escondite, sabiendo que estaba solo ante el peligro.
Esa misma noche, un fuerte ruido despertó a toda la casa: ¡la ratonera había atrapado algo! La esposa del granjero, creyendo que había atrapado al ratón, fue a ver qué pasaba…, pero en la oscuridad no vio que en realidad la trampa había atrapado la cola de una cobra venenosa. La serpiente, furiosa, la mordió.
El granjero llevó a su esposa al hospital, y horas después regresaron a casa. Pero la mujer no mejoraba y tenía mucha fiebre. Como buen campesino, el granjero pensó:
—Nada mejor para la fiebre que una buena sopa.
Y así, fue al gallinero… y sacrificó a la gallina.
Los días pasaban y la mujer no mejoraba. Muchos vecinos vinieron a visitarla para consolarla. Para alimentar a tanta gente, el granjero mató al cordero.
Lamentablemente, la mujer no sobrevivió. Tras el funeral, el granjero, necesitado de dinero para cubrir los gastos, vendió la vaca al matadero.
Y el pequeño ratón…, el único que había comprendido el verdadero peligro desde el principio, lo vio todo en silencio, desde su agujero.
Y colorín colorado, este cuento no ha acabado... Dime:
- ¿Cuál crees que es la lección que nos deja esta historia?
- ¿Alguna vez te has sentido ignorado/a o incomprendido/a como el ratón?
- ¿Alguna vez has actuado como el resto de animales?
Esta historia me ha recordado un pasaje en la Biblia que habla de los miembros de la Iglesia —o sea, de las personas— y de como cada una de ellas forma parte de un mismo cuerpo (el de Jesús), pues el afirmar creer en Jesús significa creer que estamos unidos los unos con los otros como hermanos de un mismo Dios. El tema es que ese texto dice que cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Pero a la hora de la verdad parece que cuando un problema no es "nuestro", con facilidad lo ignoramos como si eso no fuera con nosotros, ¿verdad? Pero dime, ¿no crees que todo iría mejor si compartiéramos ese sufrimiento?, ¿si intentáramos ponernos en el sitio de la otra persona y hacer algo tan simple como dedicarle tiempo escuchándola? Un gesto sencillo que puede marcar un antes y un después en la vida de otra persona, incluida la tuya. Sabiendo esto, ¿te dejarás interpelar por el sufrimiento de las personas que te rodean?
Que tengas un buen día.
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