Ir al contenido principal

Enfocar: La mirada del amor y el perdón


La mirada es un lenguaje, una forma de comunicar. Y en estos tiempos en que tenemos que ir tapados de nariz para abajo, es EL lenguaje. Y es bueno que reparemos en cómo vamos posando nuestros ojos en aquellos con quienes tratamos en nuestro día a día, porque la mirada dibuja, marca, cincela al otro. 
Si sentimos sobre nosotros una mirada fea, o directamente nos dejan de mirar, se crea en nosotros la creencia de que somos lo que esa mirada (o ausencia de ella) nos transmite. Así, una mirada dura puede hacernos sentir miserablemente pequeños; una mirada cargada de reproche puede hacernos sentir como si tuviéramos que pedir permiso para seguir existiendo; una mirada fría puede hacernos sentir desnudos y vulnerables; una mirada de desprecio puede hacernos creer que no somos dignos de nada y de nadie…
Ciertamente, la mirada construye. ¿Cuántos y cuántas habrá por ahí que han terminado siendo lo que tantas miradas le han dicho que son, un día y otro día? ¿Cuántos y cuántas han terminado escondidos, apartados, desheredados de esta sociedad porque simplemente se les dejó de mirar? Estas preguntas me llevan a recordar al hijo pródigo de la parábola (Lc 15, 11-32) que, en su deseo de reconciliarse con el Padre, se preparó un discurso con el que plantarse ante él: «Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo…». Ese «no merezco» probablemente tenía que ver con la manera con que él esperaba ser mirado a su regreso. No imagino su sorpresa, su alivio y su inmensa gratitud al encontrarse a un Padre deseoso de su regreso, que salió corriendo a su encuentro en cuanto lo vio y que ni le dejó terminar el discurso. Un padre que, probablemente, llevaba sobre su rostro la mirada del amor y el perdón, esos que todos hemos mendigado alguna vez.

Cuando últimamente pienso en las miradas que recibo y también en las miradas que yo emito, me pregunto... ¿cómo me hacen sentir? 
¡Cuánto bien puede hacernos una mirada amable! Una mirada delicada y despierta, que acoja, que dé calor, que disculpe, que observe tu interior, que te diga: «Cuéntame, estoy aquí, te quiero…».

adap. pastoralsj

Comentarios