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¡A PENSAR!: A qué huele la Navidad?

Ciertamente la Navidad huele a muchas cosas, pero muchos aromas nos han embriagado de tal manera que a menudo nuestra pituitaria no es capaz de percibir sus olores auténticos.
En casa, la Navidad huele a turrón y polvorones, a suculentas comidas, a botellas de anís y panderetas, a encuentros con aquellos que están lejos, a niños escribiendo cartas para pedir el oro y el moro, a familias que dejan a un lado sus rencillas por un tiempo y comparten la mesa, a recuerdos de la infancia, a musgo y espumillón, a calor de hogar…
En la tele, la Navidad huele a sensuales perfumes, a juguetes, a cava, a lotería. Son la expresión de nuestros deseos de diversión, de atracción, de fiesta, de riqueza, de superar la crisis (o de olvidarla por un momento), de distraernos, etc. Y en ocasiones también huele a galas solidarias llenas de buenos sentimientos que se evaporan tan rápido como las burbujas de Freixenet…
En la calle, la Navidad huele a consumo, a regalos, a compras, a señores gordos vestidos de rojo. Huele a luces de colores, a adornos navideños, a excesivos gastos en medio de una severa crisis económica. Y precisamente por eso, también huele a transeúntes sin techo, pasando frío noche tras noche, a pobres mendigando una limosna, a inmigrantes y parados que acuden al comedor de Cáritas, a ancianos que sienten más que nunca su soledad…
Hace dos mil años la Navidad no olía muy bien que digamos. En un pesebre, fuera de la ciudad, entre animales y pastores no podía oler “a rosas” precisamente… María tuvo que dar a luz en un lugar que no tenía nada de bucólico, porque no había sitio en la posada. Allí olía a exclusión, a pobreza, a humildad, a ocultamiento, a pequeñez. Como mucho, lo único que podía disimular un poco el tufo eran el incienso y la mirra que le trajeron los magos de Oriente… Pues allí, entre olores de ovejas, bueyes y mulas, nació el hijo de Dios, vino a este mundo la mejor de las esencias, en el pequeño frasco de un bebé. Como solemos decir, allí olía a humanidad, pero en el fondo es justamente eso: olía a verdadera Humanidad. Porque Dios quiso acercarse tanto a los seres humanos, que se hizo uno de nosotros. Y su perfume se fue derramando para sanar a muchos, se vació por completo dando su vida por todos y nos hizo respirar un aire nuevo, diferente, mucho mejor: la Vida con mayúsculas.
Por eso —por este Niño nacido entre malos olores— nuestra Navidad también huele a muchas personas que no descansan en estas fiestas para atender a los necesitados en hospitales, asilos, comedores. Por eso huele a familias que se unen y celebran sencilla y fraternalmente la Nochebuena, que gozan con la compañía y el cariño de los seres queridos. Por eso huele a gentes de aquí y de allá que —en Navidad y siempre— entregan su vida y su tiempo en los pesebres de la exclusión, la droga, la prostitución, el fracaso escolar, la soledad, la enfermedad, el paro… Huele a muchos hombres y mujeres —creyentes o no— que han comprendido dónde está esa esencia, y se han dedicado a extender su perfume para hacer que muchos otros respiren esperanza.  Guzmán Pérez Montiel, sdb
 
 ¿A qué huele tu Navidad?


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