Sitúate en un espacio silencioso y detente a descubrir los sonidos que, aun así, te llegan: algunas voces distantes, pájaros, el viento, sonidos urbanos… estimulan tu oído. Tu cerebro intenta identificar qué sonidos son y qué significan. Tu respuesta es acogerlos sin dejarte atrapar; es decir, sin que te preocupen o te entretengan en exceso. Al acogerlos, los puedes agradecer y, si cabe, reconciliarte con ellos. Incluso si tienes que reencontrarte con ellos, puedes pronunciar en tu interior un “hasta luego”.
Ahora pon la atención en los sonidos internos de tu cuerpo. Empiezas por tu respiración. Escucha el sonido que el aire produce en la comisura de la nariz o al pasar por la boca. Observa el sutil silbido que provoca al llegar a tus pulmones y al salir de ellos. De algún modo, tú eres un instrumento de viento. El sonido de tus inspiraciones y espiraciones, yendo y viniendo, puede recordarte las olas del mar y puede ayudar a serenarte, como un paseo por la playa. Fíjate también en el latido de tu corazón y en la red de vida que circula por tus venas: te haces consciente de la vida que suena en ti. Te sorprendes, te maravillas y la agradeces.
D. Guindulain
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