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PERSONAS: Los abuelos, siempre presentes


Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles y duermen para siempre en lo más hondo de nuestro corazón. Los abuelos, aunque no estén, siguen estando muy presentes en nuestras vidas, en esos escenarios comunes que compartimos con nuestra familia e incluso en ese legado oral que ofrecemos a las nuevas generaciones, a los nuevos nietos o biznietos que no pudieron conocer al abuelo o a la abuela. Sus presencias habitan aún en esas fotografías amarillentas que se guardan en marcos, y no en la memoria de un móvil. El abuelo está en ese árbol que plantó con sus manos, en ese vestido que nos cosió la abuela y que aún conservamos. Están en los olores de esos pasteles que habitan en nuestra memoria emocional.
Su recuerdo está también en cada uno de los consejos que nos dieron, en las historias que nos contaron, en el modo en que nos hacemos los nudos de los zapatos e incluso en ese hoyuelo en el mentón que hemos heredado de ellos.
Los abuelos no mueren porque se inscriben en nuestras emociones de un modo más delicado y profundo que la simple genética. Nos enseñaron a ir un poco más despacio y a su ritmo, a saborear una tarde en el campo, a descubrir que los buenos libros tienen un olor especial ya que existe un lenguaje que va mucho más allá de las palabras.
Es el lenguaje de un abrazo, de una caricia, de una sonrisa cómplice y de un paseo a media tarde compartiendo silencios mientras vemos el atardecer. Todo ello perdurará para siempre, y es ahí donde acontece la auténtica eternidad de las personas. En el legado afectuoso de quienes nos aman de verdad y nos honran al recordarnos cada día.


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