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Relatos: Un hallazgo sorprendente


Esta fábula china nos cuenta que había una vez un hombre muy trabajador en una aldea de campesinos. Tenía unas tierras fértiles y, sin embargo, se veía limitado por un grave problema: no contaba con un pozo. El agua se encontraba muy lejos de su territorio y esto significaba grandes dificultades para él.
Todas las noches tenía que caminar más de tres kilómetros para ir hasta el pozo más cercano. Volvía muy tarde en la noche, con vasijas llenas de agua. Esto le permitía surtir sus necesidades básicas y alimentar la tierra, pero era demasiado agotador. Sus vecinos no le ayudaban.
Harto de esta situación, el hombre decidió cavar un pozo. Era un trabajo demasiado arduo para una sola persona, pero no tenía alternativa. Estuvo más de un mes en esa tarea y por fin lo logró: ahora tenía un pozo desde el que salía agua fabulosa. Un vecino curioso le preguntó por la tarea y el campesino le respondió: “Cavé un pozo y en el fondo encontré a un hombre”.
La noticia se esparció rápidamente por todos los rincones. Causó tal conmoción que el propio rey de aquellas tierras mandó llamar al campesino para que le explicara lo ocurrido. Mi señor, dijo él, antes de tener el pozo, mis brazos estaban siempre ocupados llevando y trayendo agua. Ahora, mis brazos están libres para trabajar la tierra: he recuperado al hombre que soy”.
«Estando Jesús a solas, orando en compañía de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”» (Lc 9, 18)

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