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Especialmente en épocas de polarización, resulta muy angustioso el discurso de quienes se sienten en posesión de la verdad (la suya, sea cual sea, porque de estos hay en todos los bandos, en todos los barcos, en todos los proyectos). Parece que lo tienen todo claro, que nunca dudan, que son los garantes de las esencias, los perfectos, que saben muy bien condenar aquello que no les afecta…

La tentación del maniqueo consiste en dividir el mundo en buenos y malos. Los míos y los otros. Lo mismo da si hablamos de política, de religión, de economía… Cierto es que no todo da igual, y que hay cosas buenas y malas. Pero normalmente nadie está en posesión de toda la verdad. Ojalá supiese aceptar mi propia dosis de equivocación, y respetar el desacuerdo con otros. Ojalá el diálogo fuese en mi manera de actuar menos un eslogan y más una forma de profundizar en las cosas para buscar lo que más se aproxima al evangelio. Ojalá tratase de descubrir la parte de razón que tiene el otro. Tal vez la clave está en no vivir desde el juicio, sino desde la mesa común. No vivir desde la seguridad de los muros que nos aíslan, sino en la inestabilidad de los puentes que nos unen.

@pastoralsj

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