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Relatos del mundo: La niebla


Érase una vez un país donde los habitantes del mismo estaban muy preocupados. En el valle donde residían hacía mucho tiempo que la niebla llenaba los rincones. Cada uno, individualmente, buscaba una salida. Miraban si por el suelo había algún camino, una señal que les indicara por dónde fugarse de ese mar de sombra, pero no había manera. También ocurría que, como todos miraban hacia el suelo, chocaban unos con otros. Fruto de los encontronazos, las peleas eran frecuentes y el mal humor siempre estaba presente. Algunos ya se habían convertido en jorobados, de tan inclinados que andaban con la cabeza mirando al suelo. El tiempo pasaba y todo hacía indicar que no había solución posible
Lo cierto es que ya hacía tiempo que por encima de sus cabezas se escuchaba una voz que decía. "Levanta la cabeza, levanta la cabeza, la luz está encima tuyo; si te levantas podrás verla y también encontrarás la salida". Pero estaban tan ajetreados y preocupados que no escuchaban nada, y si lo oían no hacían caso.
Un día, alguien se detuvo, escuchó la voz y se puso a pensar. ¿Y si es verdad? ¿Y si hago caso? Y empezó a levantar la cabeza despacio. Oh...qué maravilla, era cierto. Esa niebla tan espesa no era tan alta como parecía. Una vez de pie, su cabeza sobresalía y podía ver el sol que lucía con todo su esplendor. Vio que, en el otro extremo del valle, se vislumbraba la salida.
Fue entonces cuando el que se había levantado, muy alegremente, empezó a invitar a sus compañeros a que hicieran lo mismo. Unos le hacían caso, otros seguían obcecados de cabeza al suelo; otros no conseguían salir del valle, caían antes de llegar a la salida tropezando con las piedras que había por el camino. Sólo los que miraban dónde poner los pies, fijando los ojos en la salida, llegaron a buen puerto.

El relato nos viene a decir que no podemos distraernos, que hay que ser prudentes y espabilados a la vez y, sobre todo, no quedarse parados. Caminar por el mundo con los ojos abiertos y las manos ocupadas, activos y no conformarse nunca. Siempre se puede ir adelante, ¡hay que ir adelante!

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