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Relatos del mundo: Los cuatro monjes


Cuatro monjes se retiraron a un monasterio en la cima de una alejada montaña para llevar a cabo un entrenamiento espiritual intensivo. Se establecieron en sus celdas, pidieron que nadie les molestase a lo largo de los siete días de retiro y se autoimpusieron el voto de silencio durante esas jornadas. Bajo ningún concepto despegarían los labios. Un novicio les serviría esos días como asistente.
Llegó la primera noche y los cuatro monjes acudieron al santuario a meditar. El silencio era impresionante. Ardían vacilantes las lamparillas de manteca de yak y olía a incienso. Los monjes se sentaron en meditación. Transcurrieron dos horas y, de repente, pareció que una de las lamparillas iba a apagarse.
Uno de los monjes, dirigiéndose al asistente, dijo:
–Estate atento, muchachito, no vayas a dejar que la lamparilla se apague.
Entonces, uno de los otros tres monjes le llamó la atención:
–No olvides que no hay que hablar durante siete días, y menos en la sala de meditación.
Indignado, otro de los monjes dijo:
–¡Parece mentira! ¿No recordáis que habéis hecho voto de silencio?
Entonces, el cuarto monje miró recriminatoriamente a sus compañeros y exclamó:
–¡Qué lástima! Soy el único que observa el voto de silencio.

Cuento tibetano

La historia nos muestra cómo van rompiendo el voto un monje tras otro debido a que están tan ocupados en observar los errores en el otro, que no miran los suyos. Si cada uno se hubiera ocupado de conservar su voto y no hubieran tenido en cuenta al monje su error, solo el primer monje lo hubiera roto y, al no ser recriminado, hubieran aguantado todos en silencio. ¿Para qué sirve recriminar al otro un error? La paja en el ojo ajeno siempre de ve más grande, y es curioso cómo podemos sentir la necesidad imperiosa de corregir al otro sin pensar en que tal vez hacerlo no sirva para nada bueno.

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