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A contraluz: ¿A qué huele el mundo?


El reclamo es irresistible. En el estante del supermercado, una de las fragancias de los ambientadores de hogar exhibe en el embalaje, tan tentador como sugerente, un aroma bajo ese nombre: «Mundo». Pero...¿A qué huele el mundo? El mundo, nada menos.
¿Olerá a hierba fresca, a tierra mojada por la llovizna, a florecillas silvestres o, por el contrario, encierra el pestilente humo de los tubos de escape, el empalagoso y penetrante ambientador del centro comercial o la embriagadora fetidez de los hidrocarburos aromáticos (se llaman así, no es invención mía) de la gasolinera? Porque todo eso está contenido en «nuestro mundo», ambivalente a más no poder. Por un lado huele gratamente y, por el otro, apesta.
Porque ese es el mundo al que nos dirige la misión que cada uno tiene encomendada: con sus pestes insufribles y sus aromas delicados. Todo a la vez, sin posibilidad de dedicarse sólo a lo que huele bien y dar de lado lo hediondo. Así es el mundo en que nos movemos.
Por cierto, cuando finalmente enchufé el ambientador en casa, la fragancia, ni fu ni fa. ¡Como el olor del mundo! ¡En eso lo había calcado!

Adap. pastoralsj


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